Qué difícil nos resulta casi siempre vestir adecuadamente al sentimiento desnudo, pero es preciso hacerlo, de poco sirve si no puede salir a la calle y se ve obligado a guarecerse en la íntima cárcel del silencio. La emoción callada se opaca y desvanece, cuando no se pervierte y degrada.
Por eso es mejor contarla, hacerle un traje de palabras. Tarea nada fácil. Con frecuencia adulteramos el cuerpo que vestimos, generamos malentendidos, llegando a decir lo contrario de lo que sentimos. Por eso solemos recurrir a la moda pret a porter de las frases de conveniencia, esas que parece que dicen algo sin decir nada concreto.
Aquí es mejor recurrir a la alta costura, esa en la que el ojo dibuja la esencia del modelo mientras la carne se pincha con la aguja acerada que nos recuerda el origen del verbo. La poesía es la mejor sastrería para esa dama llamada emoción y su amante el sentimiento.
Ya sé que no resulta comercial, que ahora se llevan las franquicias que permiten que todos vayamos iguales, sintamos iguales, creyéndonos diferentes y especiales a la vez. Déjenme ser anticuado, no ir a la moda, reivindicar la poesía que deslumbra, la que vibra en la garganta, no esa ingeniosa cadencia que concatena tópicos y guiños a la mente sin apenas rozarte el alma y queda tan bien junto al nuevo modelo de tablet en las estanterías del zoco de las letras.
Eso sí, todo es cuestión de gustos, lean lo que les plazca, pero lean. Y es que una palabra no dice nada y al mismo tiempo lo dice todo.
Tweet