Ésta es mi Casa, tu Casa

Los textos de Januman están protegidos por Copyleft.

Puedes compartirlos y citarlos, pero respetando la autoría y sin modificarlos. También puedes pasar a la terraza: facebook.com/capitanjanuman

martes, 15 de marzo de 2011

CONFESIONES


Bueno, pues eso, que hoy toca confesarse. Siempre da miedo. A mí de pequeño me daba mucho miedo. Quizás porque me llevaban a misa a los Capuchinos y confesaba un fraile calvo pero con una barba larga, descuidada y de un color amarillo sobado. Lo de sobado era constatable en el propio sacramento, pues, mientras me esforzaba por alumbrar esos terribles pecados de la infancia (meterme con mi hermana, decir una mentira del calado de "pues mi padre es más fuerte que Franco" o el atraco a boca armada de la lata de galletas que escondía mi madre...), el venerable padre nosequé (un nombre apocalíptico como Honorato o algo así) se mesaba sus crines y miraba a un punto indefinible del techo como escudriñando la veracidad de mi declaración en las conjunciones estelares de trampantojo del retrato de la Inmaculada Concepción.

Compréndanme, titubeaba, claro que titubeaba. Como no hacerlo ante ese santón barbudo, cuyo aliento para colmo apestaba, y al que creía siempre a punto de descubrir mi herética propensión a preguntarme sobre la belleza de doncella de barrio de la modelo que inspiraba de aquel cuadro de la virgen, y a derivar por derroteros de blasfemia y perdición en las procelosas aguas del tedio dominical de aquellas misas insufribles.

Por eso ahora titubeo (entiéndase por tal el truco de acogerme a mi pasado más remoto con tal de no pasar a enumerarles mis pecados) y mis dedos empiezan a teclear y suprimir balbuceantes. Esto de la letra digital es lo que tiene, menos estresante. Antes comenzabas a escribir y en cuanto se te iba el hilo comenzaban los tachones y, lo que es peor para la paz de uno, el papel arrancado del cuaderno, estrujado entre las manos y lanzado al frío limbo de las palabras abortadas. Perdonen, uno se acuerda de los curas y los fetos le salen sin querer, ya vuelvo a lo mío.

Creo que se empezaba por confesar la demora desde la última confesión. Veamos... muuuchos años, sí, pero que muchos. Tantos que ni me atrevería a confesarme de verdad en una iglesía si me diese la gana (que no es el caso). Seguro que ahora ya no es lo que era, lo mismo te sale un curita de esos jóvenes, como los que salen de portavoces de los obispos, doctores en Teología y con MBA en Esade, con entrenamiento en interrogatorios por la facultad de Guantánamo. Quita, quita... Además, ahora seguro que ya no se dice lo de antes y se me va a notar que no estoy al día en liturgia. Vete a saber qué ha sustituido al Ave Purísima y al Padre he pecado... Seguro que alguna frase almibarada y de la nueva teología, es decir, lo mismo de siempre pero con diseño casual. Puede que incluso ahora lo graben en su base de datos, y así San Pedro y Satán van planificando la intendencia de sus respectivos dominios.

Que sí, que sí, que vuelvo a las andadas, que es el viejo truco de ver la paja en el ojo ajeno antes de confesar la viga en el tuyo. Pues nada, al grano con la viga. De pino, la mía es de pino. Sí, ya sé que no es una madera muy noble que digamos, que los pecados esculpidos en cedro parecen hasta dignos de cometer, y los de ébano y caoba tienen ese toque exótico que le da un aroma de delirio lujurioso; pero yo me cojo el pino, de nuevo cosas de la infancia, de resinas, de barquitos de corteza, del crujir de la pinaza seca al jugar al escondite...

No esperen por tanto pecados de alto lustre, ni dignos de rasgarse vestiduras o de aparecer en las crónicas de sucesos, ni tan siquiera en los confesionarios de la tele; que, por cierto, no sé que espera el Vaticano para realizar realitys de confesión en vivo y relanzar de nuevo un producto que ya no vende. Millones de fieles volverían a lavar sus culpas en el Jordán de las audiencias, bueno, a ver lavar las de los demás y a regocijarse con su roña, pero algo es algo.

No, los míos son pecadillos vulgares y corrientes, poca cosa, lo de siempre, lo de todos... Por eso me cuesta empezar, porque si eres confeso de atraco a mano armada resulta más fácil. Impacta ya de entrada. El otro se dice: joder, bien empezamos... Lo dice con desprecio y desde la confianza que da la existencia de prisiones y la debilidad del acusado que implica el propio acto de confesarse; pero lo dice, y con algo de envidia, con esa sorda envidia que nos da a los mediocres todo lo que sobresale por arriba o por abajo.

Perdón de nuevo, me dejaré de tretas evasivas, que aunque sirvan para ilustrarles sobre algunos pecadillos de los de mal de muchos consuelo de tontos, solo sirven de preámbulo cobarde. Allá voy y que Dios me coja confesado, y nunca mejor dicho: confieso haberme asesinado.

Januman

Confesiones de un malandrino
de Angelo Branduardi

(continuará)