Ésta es mi Casa, tu Casa

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sábado, 19 de junio de 2010

CUMPLEBLOG


Pasa el tiempo inexorable. Hemos dado juntos una vuelta más al sol. Este blog nació el día que comenzó el anterior verano, como una incógnita, una ventana incierta que ignoraba si alguien vendría a asomarse a ella. Qué poco queda de los afanes de entonces, de la deriva de aquel navío que se lanzaba a navegar con su cargamento de sueños en la bodega y las velas inflamadas de deseo. El mar de la vida ha jugado con él como si fuera un barquito de papel. Papel, el material donde se escriben los naufragios del alma.

Entonces le guiaban cantos de sirenas, hermosas melodías rellenas de aire, huecos inflados de anhelo y de nostalgia. Melancolía en soledad de aquel verano que vio secarse los racimos de pámpanos dorados del inicio. Pero en esa soledad fuisteis abordando este bajel, tomasteis posesión de la sala de oficiales para conjurarnos juntos en patente de corso y surcar los Mares del Sur del sentimiento en pos del botín que encierra la amistad.

Máscara y disfraz como etiqueta, complicidad como estandarte y respeto como lema. Y así, entrada tras entrada, mes tras mes, jugamos al escondite y la rayuela hasta sentirnos pandilla, buhardilleros nos llamasteis, buhardilleros. Esta Casa de Citas es y ha sido una matrioska, esas muñecas rusas que se engullen unas a otras en una sucesión de dimensiones cóncavas. Hay otras Casa de Citas pero están en esta, diferentes capas de cebolla que conforman las Casas de Citas que habitamos cada uno y cada una, como hay varias Jones, Colores, Noes, Eddas o Juncales, como hay varios Janumans ocultos tras esta máscara que escribe detrás de una pantalla en esta noche de junio sin estrellas.
Miro hacia atrás y pondero como el tiempo es relativo, como el año ha pasado tan pronto, como sus días se hicieron tan largos. Si uno pudiera volver atrás para evitar sus errores... No, esa tendencia al condicional es un veneno para el alma, la vida es ensayo y error, quien no se equivoca es porque vive equivocado en la inercia y la apatía. Vivir aunque duela y vaya si duele...
Quedan los buenos momentos, queda la magia del encuentro, esa que hace que nos citemos en esta humilde buhardilla, que nos leamos día tras día con la complicidad de una distancia cercana. Por eso celebremos el seguir aquí, sin ataduras, porque queremos, con la lealtad de sabernos libres de irnos cuando nos plazca, de decirnos máscara a máscara lo que pensamos y sentimos sin cortapisas.
Que corra el ron, la cerveza, el cava... las palabras y la música que compartimos. Os dejo la banda sonora. Barra libre. Invita la casa.

jueves, 17 de junio de 2010

EPOPEYA

A veces escribir es tan necesario como respirar. Es como sudarte a ti mismo tras un día de tórrida sequía, de bochorno que dilata la mente en un afán de sobrepasar los límites que impone la rutina. Uno quisiera engarzar gemas de imágenes en el metal del sentimiento, moldear una joya en el crisol que habita en nuestro pecho, avivar las brasas que laten en las venas, aventar el humo que nos ciega y licuarse en tinta derramada, en filas de hormigas con alma de enjambre.

Es un zumbido que proviene de la espalda del silencio, allí donde habita la oculta melodía que rige nuestra vida, un patrón de notas repetidas que subyace en nuestros pasos con anhelo de ser canción, si asumimos la derrota del control y la gracia del instinto.

Instinto. Dejarse ser tal como eres. Renunciar a proyectarte como quisieras ser, como quisieron que fueras, como podría haber sido. Sólo ser. Dejar de estar. Nada más y nada menos. Conjugarse en reflexivo y volverse acción a lomos de adjetivos.

Soltar las bridas de tu boca, azuzar a las palabras en pos de una visión, cabalgar por senderos que nadie hoyó porque nacen tras tus pasos. Las crines del alma al viento, los ojos entornados por la luz que nos deslumbra, la lengua aleteando en la boca.

A veces escribir es leerte a ti mismo una epopeya, aún sabiendo que puede que nunca seas el héroe que el guión exige.
Januman

miércoles, 9 de junio de 2010

JANUMAN EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS (final)




Cuando consiguió montar el puzzle de cristal de su memoria, descubrió que faltaba un fragmento, un hueco triangular en su reflejo, en el vientre de aquel espejo roto que le mostraba cuarteado en pedacitos de si mismo, a modo de telaraña que acaba en embudo, en vértigo de abismo. Se preguntó por el vacío de aquel agujero negro en miniatura y sintió la tentación de asomarse.

Debía andarse con cuidado, los filos cortantes tomaron forma de acantilados al acercarse a ellos. El vaho de su aliento se hizo ola y le arrastró en remolino. Caía por un caleidoscopio vertical, reflejado en sucesivas copias de si mismo que aleteaban como un enjambre de moscas. Tuvo tiempo de observarlas y notar que no eran él, sino ese nosotros que cargamos con el tiempo y que tanto nos confunde. Fue entonces cuando tocó suelo sin apenas darse cuenta.

Estaba en un vestíbulo y había tres puertas con rótulos de bronce encima: pasado, futuro y ahora. El Pasado era un portón antiguo, de madera gruesa y maciza. Pese a ello se abría con facilidad, para dar paso a un salón en penumbra decorado profusamente con muebles de época. En el centro un confortable diván invitaba a tumbarse y dejar que la mirada vagase perezosa de objeto en objeto. Una propuesta irresistible que aplazó por curiosidad.

El Futuro era un largo y elevado ventanal de acero inoxidable que daba a un paisaje de prados y nubes blancas y se abría de forma mecánica al acercarte. Podías sentarte en la hierba, entornar los ojos bajo el sol y jugar a formatear aquel vapor a tu antojo. Sería agradable dejar pasar el tiempo soñándo un universo de algodón, un tiempo blando y vaporoso.

En medio de ambos, una puerta pequeña, sencilla y sin estilo bajo el título de Ahora. Pese a parecer endeble, forcejeó en vano con su pomo. Estaba cerrada, sellada, blindada de forma inapreciable a simple vista, pero evidente ante su empuje. Una simple cerradura daba a entender una llave de la que no encontró rastro alguno en el vestíbulo. Si no hubiese intentado abrirla, el Pasado o el Futuro habríán sido dos platos de balanza a cual más cómodo para pesar su decisión, pero ya no podría recostarse en prados ni en divanes sin dejar de preguntarse aquel misterio oculto en el presente.

Se sentó en el suelo. Así la puerta quedaba a su altura y, al compararla con las otras, le vino el recuerdo de una juguetería en la que, junto a la puerta de entrada, había una más pequeña para llamar la atención de los niños. Sonrió y ese gesto fue la llave que abrió su comprensión. Quizás solo un niño pueda vivir en el ahora, con los ojos abiertos de par en par a la magia del instante, capaces de ver la vida como un cuento que se escribe jugando al escondite, sin querer, sin planes ni objetivos, un baile en la comba del destino, cantando una canción sin sentido aparente: rosa con rosa, clavel con clavel, que ha dicho mi madre que elija y escoja usted.

Escojer no escojer, dejar que el cuento discurra con el asombro ingenuo de una astucia inocente. Calzarse las botas de siete leguas de la intuición, tocarse con la varita de los sueños, volar en la alfombra que se teje destello a destello.

Fue fácil, acarició la puerta y se abrió sin esfuerzo, como un gato acariciado en el lomo. Un par de peldaños de cristal flotaban en un vacío negro y espeso. Después la nada. Puso un pie en cada uno. Con mucha precaución alargó una pierna con la puntera del pie hacia adelante, buscando un apoyo. A punto estuvo de caerse. Al manotear para mantener el equilibrio cerró la puerta quedando atrapado en aquella escalera rota, solo con su miedo y su razón, volviéndose loco. Cuando se agotó de pensar una forma de salir, se sentó en un peldaño, exhausto de impotencia. Entonces el otro desapareció ante su vista. Un niño solitario ante un infinito de negrura y de silencio. Recordó la puerta y la sonrisa. Trató de escudriñar en si mismo una esperanza y decidió confiar de nuevo en la lúcida locura de la infancia. Se puso en pié, a la pata coja, cerró los ojos y saltó.

Escuchó una nota aguda al caer en algo inesperadamente estable. No se atrevió a mirar receloso de su suerte y siguió saltando, componiendo una melodía con ecos de función de marionetas que se repetía como un estribillo. Paró, apoyó el otro pie y abrió sus párpados. De nuevo, nada más que un peldaño . Ni rastro de aquel xilófono en que él había sido la baqueta. Algo rozó su rostro. Una fina cuerda y, al final, hermosa en la distancia, una cometa de colores vivos bailando sinuosa. No dudó ni un instante, asió el cabo y tiró con fuerza. Aquel artilugio de papel no cedió ni un milímetro, parecía anclado en su danza por una mano invisible y poderosa. Esta vez apenas perdió tiempo en tratar de entender y saltó al vació amarrado al poder de la ilusión. Así comenzó su viaje.

Al principió tuvo vértigo, el vértigo de saberse lazo al final de una frágil cometa, adorno de carne, fantasía de si mismo. A medida que subió y se alejó del suelo, comenzó a sentir que la cuerda se anudaba a su muñeca hasta formar un todo con él. Así aprendió a dirigirla con el deseo. Parecía fácil, pero pronto se cansó de ir de un lado para otro como una hoja seca en el viento. Comprendió que el problema era que carecía de un deseo vehemente que le sirviera de rumbo. Todos sus viejos deseos yacían esparcidos por el suelo y allí, desde la altura, semejaban los restos de algún vendabal, cadáveres resecos después de una batalla

Oteó el horizonte en busca de un rastro, pero qué podía desear en aquel vacío de penumbra. Mirase donde mirase todo era un hueco repleto de nada. El ahora resultaba ser una burbuja que flotaba en un abismo. Entonces se fijo en los reflejos irisados de esa pompa, que como un espejo cóncavo le mostraban los matices de su alma. Supo que, más allá de sus errores, de sus miserias y fracasos, habitaba algo hermoso, casi intangible pero puro. Cerro sus ojos y se dejó mecer por la brisa de un anhelo de unidad, de permanencia. Se soñó a si mismo como un mundo con sus selvas, sus desiertos, sus montañas y sus mares, y allí, en el centro de su ser, un magma cálido y potente.

Se bañó en esa lava y por un instante, breve pero intenso, fue carne de luz y se hizo estrella, un brillo fugaz en medio de la noche.

Franco Battiato:

NO TIME NO SPACE

NOMADAS