Ésta es mi Casa, tu Casa

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sábado, 14 de agosto de 2010

COSAS DE NIÑOS



- Ahora estate tranquilo sentadito mientras te preparo la cena. Pórtate bien. Toma unas pinturas y papel, y píntame algo mientras.

Me cuesta concentrarme a veces, dejar de recordar su insaciable apetito de gourmet, su costumbre de tararear las canciones de la radio mientras cocinaba los fines de semana. Se pasaba la mañana del sábado organizándolo todo: elegía los platos, iba al mercado a comprar los ingredientes, de paso me traía flores, abría una botella de vino, se servía un vaso, encendía la radio y pedía que no le molestásemos. Siempre nos sorprendía con algo nuevo. Lo malo era como me dejaba la cocina, pero le dejaba hacer, cansada de guisar el resto de la semana y encantada de tenerle junto a mí.

- Bueno, a cenar. Venga, abre la boca, eso es. Es papilla de fruta, de la que te gusta. ¿Ves como está muy rica? Muy bien, ahora un yogur y luego a la camita. Espera un poco que recojo la cocina.

Compartimos lo bueno y lo malo. Ahora que lo malo ha ganado la batalla, me aferro a los recuerdos de lo bueno, a las tardes de paseo cuando novios, a los desayunos en la cama del domingo, a los sueños que se quedaron a medias, a la cálida firmeza de su cuerpo.

-Bueno, al baño. A ver ese pañal... ¡Uff, vaya cacota! Vamos a cambiarlo para que duermas bien. Así, limpito. Ahora a poner el pijama.

Cuando comenzó a insultarme y me dio aquella bofetada me vine abajo. Más tarde comprendí que no era él. Se me hizo duro, fueron un par de años, luego se volvió inofensivo, metido en si mismo, como un caracol adormilado.

- Ven que te dé un beso en la frente. A descansar. Hasta mañana mi vida.

Visto así, mientras lo arropo, cobran sentido sus palabras, sus recuerdos. Ha vuelto a la niñez. A sus sesenta años habla de jugar a las canicas, me pide merendar pan con chocolate, confunde el salón con el patio del colegio. Apenas podemos entendernos ya. Nos queda solo el lenguaje del cariño. Esa mierda de enfermedad le está borrando la pizarra de su vida.

lunes, 2 de agosto de 2010

UN BUEN TRABAJO



La sangre resbala extraña y sucia sobre el brillante acero inoxidable. No me agrada el efecto y menos aún cuando el agua la diluye y se pierden juntas en sucia acuarela por el sumidero. La sangre donde realmente queda bonita, perfecta, es en la piel, recién derramada, calentita aún, con ese color tan puro y denso, deslizándose lentamente lamiendo un muslo o salpicada como granos de granada sobre un vientre de terciopelo.

No ha estado mal el trabajito de hoy, cinco fiambres en un día. No me quejo, la verdad es que pagan bien, y metidos en faena igual da uno que cinco. Don Alberto quedará satisfecho. A mí me deja siempre los trabajos sucios, confía en mí y yo no le defraudo: soy discreto y limpio, cuido el detalle y no dejo huellas, para eso me pagan. Mañana, si me acuerdo, miraré los nombres de los muertos en la prensa. O no... La verdad es que casi nunca lo hago, prefiero trabajar sólo en su muerte sin saber nada de sus vidas. Ese es el truco de este oficio: ser frío, indiferente, ajeno, y para ello nada mejor que verles como meros objetos de trabajo.

La putita, por ejemplo, con su cuerpo de ninfa bajo el vestido de lamé y las botas altas. Un navajazo preciso. Un trabajo fácil. ¿Por qué matarla? Yo que sé... Nunca me ha gustado ocuparme de putas y encima algo no cuadraba del todo: un cuerpo demasiado fino para hacer la calle, casi de niña y con toda la pinta de pijita... Mal rollo fijo. Mejor no preguntar.

La maruja gorda ha sido otra cosa. Costó lo suyo rematarla. ¡Vaya que sí! Cinco cuchilladas nada menos: las tres primeras no hicieron más que cortar grasa, la cuarta un tajo en la mano con la que trataba de protegerse, la quinta, profunda y con recorrido, le rompió las tripas. En medio de la faena, no he podido evitar recordar cuando iba al pueblo con mis padres para la matanza. Su carne, blanda y fofa, olía a cebolla, a ajo y a lejía.

El más rápido ha sido el tercero: un chavalito de los modernos con su piercing, sus tatuajes y esa expresión de espanto en los ojos, cercana al estallido, que deja la muerte por asfixia. El pañuelo de seda en estos casos es la elección acertada para que no se vean marcas. ¡Qué pena de veinte años! Le cambiaba yo a ese gachó el cuerpo sin dudarlo, que uno ya no es el mismo de antes.

Los otros dos iban en el mismo paquete: hombre y mujer, treinta y algo, vestidos de noche, salen de fiesta, cogen el coche, los frenos no responden, y dos cuerpos rotos e irreconocibles. Un accidente de circulación más. Un caso frecuente... Un trabajo fino de especialista.

Estoy cansado, pero satisfecho. No siempre consigo rematar bien la faena y la verdad es que hoy me he portado ¡Soy bueno, joder! Probablemente el mejor de por aquí, que a veces da pena ver las chapuzas de otros. Bueno, me voy a casa, me merezco un descansito y una buena cena. Un último vistazo... ¡Perfectos! Los cinco preparados al detalle, elegantes, maquillados. Me gusta verlos así, con la ropa que han traído los familiares, como si fueran a una boda. Mañana se dirán susurrando que parecen dormidos y más de uno les besará en la frente, como hago yo con mi hija por las noches.

Me voy. No me gusta encontrarme con las familias, me da grima y además no me conviene. Yo sólo soy el que disfraza a la muerte para amortiguar su dolor, para que los cuerpos que han amado se parezcan a sus recuerdos, para que la visión de su carne rota no les persiga y les devore. Yo me llevo conmigo esas fotos venenosas para ellos y las dejo desvanecer en una obscura estantería perdida en mi memoria a la que procuro no acercarme. Nada quiero saber de sus nombres, nada de sus vidas, que otros jueguen a imaginarlas. Yo no sé hacerlo ni quiero saber, sólo soy un artesano de la compostura y el engaño que maquilla el rigor de la muerte para la ceremonia del tránsito. Ese es mi oficio y para eso me pagan.

Voy a salir por la puerta de atrás del tanatorio. Además hoy hay mucha prensa y curiosos, que no todos los días hay un accidente mortal doble, dos asesinatos y un suicidio en una ciudad de provincias como ésta. ¡Yo me largo! Con un poco de suerte pillo el autobús de y cuarto y puedo ver la segunda parte del partido. Parece que va a llover.

© Januman


De Mister Nick Cave: Where the wild roses