Ésta es mi Casa, tu Casa

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miércoles, 13 de enero de 2010

PENITENCIA

Ante la rebelión a bordo de la anterior entrada y, ya que cometisteis el grave error de nombrarme capitán y jefe, de acuerdo a dichas atribuciones y a lo estipulado al respecto en el artículo 7 apartado 3.2 de la ley orgánica de administración de blogs de buhardilla publicada en el Boletín Oficial de Casa de Citas con fecha de 13 de enero de 2010...

DISPONGO:

- Que me declaro en huelga de celo
- Que la solicitada nueva entrada o nos la curramos entre tod@s o a esperar que encuentre la lámpara.
- Que ya dice Edda que tod@s tenemos un genio dentro
- Que pico y pala para tod@s

¿Qué de que va esto? Pues de proponer un juego: escribir un relato a muchas manos. Las reglas son sencillas:

- Uno empieza (me autoadjudico el honor)
- Quienquiera sigue la historia en un comentario. Tiene libertad para escribir, pero siempre basándose en lo escrito por los anteriores y sin cortes bruscos.
- Se puede escribir cuantas veces se quiera, pero no dos comentarios seguidos.
- La extensión queda a vuestra discreción, pero se recomienda no ser muy extensos.
- Para no distorsionar la escritura de este relato colectivo con comentarios sobre la entrada pero que no continúen la historia (tipo maldiciones al jefe, chascarrillos o similares), se abre otra entrada para ello titulada LA TRASTIENDA DEL RELATO.

Tomadlo como un juego cooperativo, una historia que sea de tod@s para tod@s.

22 comentarios:

  1. Cuando subió la persiana, ya sabía que llovía a cántaros. Lo que ignoraba entonces es que ese detalle haría que debiera recordar aquella fecha el resto de su vida. Mientras preparaba el café, tomó tres decisiones que fueron el origen de que el día no se fundiera como tantos otros en esa sopa de letras y números que conforma el calendario.

    Primero anuló la cita con el peluquero (no era cuestión de tirar el dinero como estaba la cosa), luego cambió su abrigo preferido por aquel impermeable rojo que no le favorecía nada y, por último, decidió llamar a un taxi en vez del paseo de 20 minutos al trabajo, uno de sus momentos preferidos del día.

    Cuando cogió el ascensor y el vecino del quinto le dijo: "donde vas Caperucita..", no le mandó a cierta parte porque era el presidente de la Comunidad y llevaba dos meses sin pagar la cuota. Se limitó a responder: "a comerme al primer lobo que pille"

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  2. Salió del portal y oyó un chasquido bajo sus pies, al clavar la mirada en el suelo descubrió sus botas bajo un charco. El agua empapó sus calcetines al instante.
    “De mañana no pasa que me compre un calzado más apropiado para estos días” –pensó malhumorada y resoplando.
    El cielo de aquella mañana estaba de un gris tan oscuro que los coches llevaban las luces encendidas. Una furgoneta que pasó a gran velocidad le deslumbró de tal manera que tuvo que cerrar los ojos.
    “Serás cabrón, apaga las malditas largas” –maldijo para sí.
    El corazón le empezaba a latir deprisa de rabia cuando un bocinazo le hizo dar un respingo. Era el taxi que esperaba en doble fila.

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  3. Por fin, tras pisar otro grandioso charco (la mañana prometía) logró subir al taxi, con la maldita suerte de encontrarse en una de las situaciones que más coraje le daba (y por la que entre otras cosas dejó de subir a taxi alguno), el canalla del taxista acababa de apagar su cigarrillo de mierda. Pero tenía prisa, no podía echarse atrás aunque ganas no le faltaban. Se hacía tarde.

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  4. -"Perdone señorita, pero creo que usted se ha metido en un gran charco", me dijo el taxista al abrir la puerta

    -"¡Oh qué mierda de día¡.
    ¿Sería usted tan amable de esperar un minuto?. Subo a mi casa y me cambio de calzado, si no, me voy a coger un buen resfriado.

    -Sin problemas, espero el tiempo que necesite, para eso estamos.

    El acensor estaba ocupado y Teresa subió al cuarto piso por la escalera , el taximetro iba dejando caer número tras número, dígito tras dígito, a gran velocidad.
    Mientras buscaba las llaves de casa, caidas en su bolso, su respiración se agitaba y entrecortaba.

    El teléfono móvil sonaba insistentemente, se lo había olvidado encima de la mesa de la cocina.

    -"Si, dígame".
    -"Hola hija, soy mamá!, escuché a lo lejos y entre lágrimas. "Tengo que comunicarte una noticia desagradable:tu hermano Luis ha tenido un accidente grave yendo con su moto al instituto, hace una hora.
    -Está en la sección de Neurología del Hospital Provincial.
    -"¡Ah¡ no llevaba el casco en la cabeza....."

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  5. Y de repente el taxi, el frío, la gabardina roja que le sentaba fatal y todo, dejó de tener sentido para, simplemente, robarle el aire a la mañana.

    Apenas se detuvo a mirar si el par de calcetines secos no estaba agujereado cuando se calzó las botas viejas, esas que nunca fallan así pasen los años, y salió escaleras abajo hacia el taxi, donde el chófer se frotaba las manos tratando de calentárselas.

    Teresa no había tenido tiempo de pensar en nada después de escuchar la voz de mamá. Pronunció la dirección del Hospital como si otra voz hablara por ella y en silencio, como si la vida sucediera en standby a través de los cristales del taxi, llegó al hospital.

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  6. Luego todo fue muy rápido. Llegar a la zona de urgencias, abrazarse a mamá y al tio Toño, escuchar aquello de "¿familiares de Luis Azcona?", pasar a un despacho y sentir cada palabra de aquel médico cansado retumbar en sus oidos.

    - El chico ha tenido suerte. Impactó contra un contenedor de basura que amortiguó la caída. Parece que pudo poner el brazo y el golpe de la cabeza no parece haber provocado daño interno. Presenta fractura de húmero y se le ha escayolado. Debe permanecer en observación hasta mañana. Pueden pasar un momento a verle mientras le pasan a planta.

    Solo cuando vieron a su hermano creyeron sin dudas aquellas palabras. Del alivio pasaron a los abrazos y del cariño a la reprimenda de su madre.

    - Maldita la hora en que te compré la moto. Y el casco... ¿Qué, de adorno?

    La calefacción estaba alta y se quitó el impermeable. Solo entonces, y solo ella, se dio cuenta de que resultaba extraño que su hermano fuese sin casco con la lluvia que llevaba cayendo desde la madrugada. No pudo reprimir la curiosidad y preguntó donde estaba la ropa de Luis. Una auxiliar le señaló una bolsa junto a la camilla. Echó un vistazo. Estaba seca. Algo no cuadraba.

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  7. Horas más tarde, Teresa Azcona supo, a través de una conversación telefónica con un testigo del accidente de Luis, que a las 8 horas- 13 minutos de la mañana, mientras ella se duchaba, escampó la lluvia un ratito en la ciudad, coincidiendo con la salida de casa de su hermano, camino del Instituto.

    Mamá y Teresa no se veían desde hace 3 meses, a pesar de vivir ambas en Valladolid.El último encuentro familiar que tuvieron fue muy tenso, coincidió con la celebración de las bodas de plata de sus padres.

    Ella sentía la necesidad imperiosa de reconciliarse con su madre, pero......no era capaz de dar el primer paso y más cuando su hermano pequeño estaba siendo trasladado a planta. Le asignaron la habitación número 316.

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  8. No hubo momento para quedarse solas. Hablaron de cotilleos familiares hasta que la convenció para que el tío Toño la llevase a la cafetería a comer. Luis seguía dormido por los analgésicos y en la otra cama no había nadie.
    Se puso a mirar a su hermano con una sensación inquietante. Seguía dándole vueltas a lo del casco, la ropa seca... La llamada de aquel testigo, lejos de acallar sus dudas, las había azuzado. Primero afirmó que la moto derrapó por la lluvia, pero cuando ella le comentó lo de la ropa seca, se hizo un silencio y añadió lo de que había escampado un rato, para colgar al hacerle ver que, si se había caído, tendría que haberse mojado con los charcos.

    Comenzó a apreciar lo distante que estaba de su familia desde hace años. Estaba lo de mamá, papá siempre de viaje y Luis... La última vez que recordaba haber hablado con él más de tres frases seguidas fue cuando él trato de convencerla de que le dejase unas llaves del piso cuando se fuera de vacaciones, y de eso hacia varios años.

    Hermanito, tu y yo tenemos que hablar, le dijo sin palabras mientras le acarciaba sus rizos negros

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  9. Y de repente Teresa cayó en la cuenta de que entre los enseres personales de su hermano faltaba algo imprescindible para él. Volvió a sacar la ropa que dispuso sobre la cama y al comprobar que sus sospechas eran ciertas, casi en un grito dijo: ¡su móvil!

    Mamá entraba por la puerta con gesto enjuto cuando Teresa se disponía a salir:
    -No irás a dejar a tu hermano solo sin esperar siquiera que yo vuelva.
    -Tengo que salir un momento, mamá. Luego te llamo.
    -Esa es tu frase favorita.-Escuchó Teresa ya en el pasillo sin querer pararse a responder o tal vez a preguntar, al fin, de una vez por todas, a ver qué, ¿qué pasó mamá para que esta sea nuestra mierda de relación?

    Por las indicaciones que le habían dado por teléfono el lugar del accidente no estaba lejos del hospital y hacia allí, bajo la intensa lluvia, Teresa se desplazó corriendo como perseguida por demonios, cuando en realidad lo que le empujaba, no sabía ella muy bien, si eran los presentimientos o su pasado.

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  10. El agua caía con fuerza, tenía el pelo empapado. Se paró en la carretera donde había sucedido todo. La moto ya no estaba.
    “Se la habrá llevado la grúa” –pensó.
    Sobre el asfalto, pudo distinguir las marcas de los neumáticos.
    “Aquí ha debido de ser” –se dijo para sí.
    Miró con nerviosismo el suelo hasta que al lado del bordillo encontró el móvil de su hermano. Lo cogió y lo secó con un pañuelo.
    Se le iluminaron los ojos al comprobar que seguía funcionando. Miró en los mensajes temiéndose lo peor. Sus sospechas no habían sido infundadas, la pesadilla volvía a empezar.
    “Prepárate, el juego comienza hoy” –leyó en la pantalla del teléfono. Le temblaba la mano.

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  11. Empezó a sentir las piernas muy flojas, tanto que tuvo que sentarse junto al bordillo.

    "Otra vez no puede ser, hay que parar ésto"- dijo en voz alta con un gesto amargo.

    Evidentemente el mensaje venía con número oculto, al igual que ocurría años atrás.

    Entonces vinieron recuerdos que creía ya archivados en su pasado. Recordó cuando sus padres, su hermano y ella tuvieron que marcharse de la ciudad donde vivían por entonces. Tampoco pasaron tantos años, pero con la vida loca y estresada que llevaba le parecía una eternidad, casi de otra vida.
    Tenía que hablar con su madre, interrogar a su hermando antes de que el asunto se le fuera de las manos.

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  12. Decidió hablar primero con Luis. Ya habría tiempo de preocupar a mamá. Tendría que esperar a que se recuperase un poco.

    Se ofreció para quedarse con él aquella noche, aunque le costó convencer a su madre. Cuando se quedaron solos, sacó el móvil del bolso. Nada más verlo, su hermano le pidió que se lo diese con vehemencia.

    - Toma, pero si lo que vas a hacer es borrar los mensajes, te advierto que ya los he leído. ¿Cómo se te ha ocurrido entrar de nuevo al trapo? ¿Para eso nos mudamos aquí dejando atrás amigos, familia y todo?

    - Mira Tere, yo era un niñato cuando pasó aquello y nunca me cuadró esa película que me contasteis del vecino zumbao al que le daba por llamar a casa con sus paranoias. El verano pasado me quedé unos días a la vuelta de Londres, pasé por casa y me encontré con los viejos amigos del cole. ¿Te acuerdas de Vicente, el gordito feliz? Nos fuimos de marcha y, en uno de los bares, un tipo simpaticorro me entró llamándome por mi nombre y apellidos.

    - Calvo, superalto y elegante, claro...
    - Coño hermanita, clavao...
    - El maldito y encantador Ernesto Pacheco.

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  13. -¿Le conoces? ¿Por qué él no me lo dijo entonces?
    -Ernesto Pacheco... y yo... Bueno... tú eras muy pequeño.
    -Cuéntamelo.
    -A ver, Luis... Es una historia larga, complicada.
    -Eso me lo imagino de sobra.
    -No, no te imaginas. Ernesto era vecino nuestro. Vivía justo enfrente. La ventana de nuestro patio, la de mi habitación, daba justo con la suya. Tú eras un crío y no llegabas siquiera al alféizar como para verle. Pero yo sí. Era una adolescente en plena ebullición hormonal... Y sentía curiosidad por él. Veía su sombra a través de los cristales y sé que él adivinaba la mía entre los nuestros. A veces jugaba a desvestirme como las actrices de la tele para que él me miraba...
    -¡Joder, con Santa Teresa!
    -Era un tío mayor, elegante... No tan calvo como imagino lo encontraste, pero ya apuntaba entonces... Y cuando salía a tender la ropa y la ventana estaba abierta siempre me echaba algún piropo, alguna mirada de más de un segundo de duración, de esas que llevan intención pero que tampoco sabes con exactitud qué es lo que te quieren decir...
    -Ya... ¿Qué me vas a decir? ¿Que te enrollaste con él?
    -No exactamente. Yo apenas tenía 20 años cuando me invitó a pasar a su casa por primera vez con la excusa de enseñarme su colección de música.
    -¿E intentó algo? ¡El muy cabrón! Si tenía cara de listo, claro, ¡cómo no caí en la cuenta!
    -No vayas tan deprisa, Luis. Ya te he dicho que era encantador... o que al menos... lo fue. Pero también te he dicho que era un tío maldito...

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  14. Teresa le relató con detalles a su hermano lo que parecía el comienzo de una amistad.

    -A la semana de conocerlo me llevó a un local de la calle La Esperanza y me presentó a sus amigos. Al principio flipé con ellos, eran unos fanáticos del rol.
    -Te corrijo hermanita: más bien eran y siguen siendo fanáticos de lo que ellos llaman rol en vivo –dijo Luis incorporándose y con los ojos muy abiertos.
    -¿Tu también caíste, verdad? –le dijo Teresa casi en un susurro.

    Teresa se acercó a la cama y se remangó la manga de la camisa. Luis observó perplejo el tatuaje que escondía su hermana bajo la correa del reloj.

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  15. ¡Una estrella de cinco puntas encerrada en un círculo! Había visto antes esa misma estrella y no recordaba donde. Sin saber por qué le entró un escalofrío. Teresa se dio cuenta y enseguida hizo un gesto apartando la mano de su campo de visión. Creía que le preguntaría, pero no, su hermano se quedó en silencio, sabe Dios pensando en qué.
    Los dos estaban muy cansados. Teresa le pidió que dejaran esa historia para mañana, ahora debían descansar, pero volvería a retomar estos sucesos; tenía que saber qué estaba pasando.
    Luís no puso pegas, demasiadas emociones en tan poco tiempo. Les vendría bien descansar.

    Pasaron unas 3 horas. Dormían, hasta que Teresa escuchó un enorme ruido en la habitación. Con el corazón casi fuera de su pecho dió un respingo y encontró a su hermano tirado en el suelo…..

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  16. Todavía balbuceaba unas palabras que repitió varias veces mientras Teresa le arrancaba de aquella pesadilla que ni el golpe había podido desvanecer. Afortunadamente había caído sobre el lado que no se había fracturado, y el médico, perplejo ante aquella caída tan extraña, se limitó a constatar que el yeso seguía en su sitio y no había más daños, algo en lo que inisitía una y otra vez Luis.

    Cuando volvieron a estar solos, Teresa le preguntó a bocajarro:

    - A ver Luisito: ¿quién es Mantis?
    - ¿Mantis?
    - No te hagas el loco. Cuando te caíste repetías: la Mantis, ella es la Mantis.

    Luis calló y se limitó a mirarla fijamente. Luego cerró los ojos y le tomo la mano.

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  17. El contacto con la piel de su hermana era extraño. Tal vez nuevo, nunca se había sentido tan próximo a ella y a la vez tan lejano.
    Apenas sabía nada de Teresa. Todo eran interrogantes respecto a ella.

    Cada uno había hecho su vida dentro de la misma vida familiar, pero eran el uno para el otro auténticos desconocidos.

    -Teresa... ¿duermes?
    -No, estaba pensando.
    -¿Te puedo hacer una pregunta?
    -A ver, dime. Aunque primero deberías responderme tú antes a la que te he hecho sobre ella.
    -Bueno, si me respondes a esta te lo digo.
    -Vale.
    -¿La estrella te la hicieron en un local de Barcelona?
    -Sí... ¿cómo? ¡No! ¿Tú también?
    -No... yo solo participé en las jornadas de iniciación. Pero no me iba el rollo, Teresa.
    -¿Y ella, entonces, quién es?
    -La Mantis... Es la directora del juego.
    -¿Os conocéis?
    -Desgraciadamente, sí.
    -Y... ¿tiene algo que ver en el accidente?
    -Y en tu estrella.

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  18. Luís volvió a mirar la estrella tatuada de su hermana y ensimismado acarició el dibujo. Teresa le observaba con tristeza. Su hermano pequeño corría peligro.
    “¿Por qué nos vemos envueltos en esta puta mierda?” –pensó mientras apretaba los dientes.
    De repente la puerta se abrió de golpe. Teresa se giró y vio en el umbral de la puerta a Ernesto Pacheco acompañado por un hombre rubio y otro muy fuerte que no había visto antes.
    -¡Serás cabrón! –gritó Teresa yendo hacia él.
    -¡Encerrada en el baño! –ordenó Ernesto a sus matones.
    Los dos hombres que acompañaban a Ernesto, se abalanzaron sobre la joven y la cogieron de las axilas.
    -¡Ya vasta! ¡Me hacéis daño! –gritaba mientras se revolvía.
    Ernesto se acercó a Luís que intentaba levantarse a duras penas de la cama, y le inyectó con rapidez una sustancia en el brazo. En segundos perdió la consciencia.
    -Teresa, Teresa –dijo acercándose a ella-. Te he echado de menos…
    Ernesto se puso frente a ella y le acarició la cara con suavidad.
    -¡Qué le has hecho hijoputa! –exclamó Teresa con lágrimas en los ojos.
    Teresa escupió sobre su brillante calva. El la miró con sonrisa burlona y se limpió con un pañuelo. Después hizo un gesto a sus hombres.
    El más fuerte de los dos le tapó la boca con esparadrapo, la ató de pies y manos y la metió en el baño.
    -¡Vamos! –ordenó nuevamente-. Hay que llevarse a Luís de aquí.
    La habitación era la última del pasillo y daba a una salida de emergencias por donde lo sacaron en una silla de ruedas.
    Fuera esperaba una mujer morena de piel con los ojos azules. Abrió los portones de la furgoneta en la que habían llegado e introdujeron a Luís.

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  19. Dentro, el silencio era espumoso y amarillo; un silencio de cerveza del que sólo irá quedando un sabor amargo. La boca amarga y blando. Sentía, creía o sólo pensaba.
    Alguien golpeó la ventanilla. No hubo ruido. Lento, blando..., parado. Miraba como desde el interior de una gelatina.
    Ahora un dolor lejano lo arrastraba como a una babosa seca. Blanda y seca. Un sonido opaco le traía voces.
    -...Santateresita, reza, reza, reza ahora. -Mañana ya has cazado.... Las patas extendidas a tu presa, voraz,....Consume y otra vez reza-. La mujer olivácea, delgada como un palo, dejaba caer las palabras como en un caldo espeso... -ella sabe dónde encontrarnos...
    Más voces huecas. -pero tienes que quedarte, enseñ...- Decían ya sin convicción, o era él sin él; las palabras parecían tan blandas como él mismo. Todo tan blando y denso.
    Sueño. La Vieja Bruja, un kanashibari doblemente inmóvil, como solo puede sentirse lo creado para la acción y el movimiento.
    Y esta vez la voz definitiva, y los ojos compuestos al fin liberados del acecho
    – ¡Basta, he dicho! Mi penitencia ha terminado. Ya sabéis de quién es el turno.

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  20. Fue entonces, y solo entonces, cuando Januman comprendió que el Club de la Buhardilla era un juego de rol, y que Teresa, su madre, Ernesto Pacheco o Luis no eran más que el reflejo poliédrico de un caleidoscopio formado por sus mentes, en el que al girarlo, comentario a comentario, los sentimentos, como cuentas de colores, entretejían historias y nudos de afecto.

    Se preguntó si alguien querría seguir el cuento, dar vida la Mantis surgida de los pliegues de su inconsciente, salvar a Luis, reivindicarse en Teresa.

    Comprendió que cuando se inicia un juego y se ven las cartas, solo queda jugárselo todo o levantarse de la mesa.

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  21. Y Januman decidió jugarlo todo, aun a riesgo de perder incluso la vida... Nada importaba ya... le había perdido a ella.

    Amanda cambió su nombre por el de Mantis una noche de sexo y alcohol. De rol en vivo, algo que Januman no conocía. La mezcla le pareció tan explosiva y excitante, que la mañana siguiente no hizo sino seguir la voz de ella y sus dictados, sin percatarse de que el juego no era tal y su vida era lo que estaba en juego en realidad. Pero era la única forma posible de seguir junto a ella, su Amanda, su Mantis. Aunque tampoco supiera mucho más de ella...

    Como un lacayo entró en Calle Esperanza e hizo lo que ella le ordenó:
    -A partir de hoy os repartiréis por la provincia. Necesito un hombre y otra mujer. Se acerca el cambio de luna del 28, el niño está preparado.
    Mantis le sonrió pícara, Ernesto Pacheco se frotó las manos y Toño se rascó el mentón.
    -Jefe, no hace falta otro hombre. Yo ya la tengo.
    -¡Hostia, Toño! Tú nos facilitas las cosas de esta manera... ¿Cuándo te la hiciste? No lo sabía...-exclamó Pacheco-La chica también está.
    -¿Quién es?-preguntó distraida Mantis.
    -Teresa, una antigua conocida mía-respondió socarrón Pacheco.
    -¿Pero había salido ya de la partida, no?-preguntó titubeante Toño.
    -¡Aquí nadie entra ni sale si no lo dicto yo!-bramó Mantis-¿Hay algún problema, Toño?
    -No, Mantis, no... Todo en orden-respondió cabizbajo.
    -Ya lo habéis oído pues, a la calle. Si todo está listo, entonces, solo nos queda esperar. Tened los móviles a mano y no hagáis tonterías-mientras Januman hablaba con la fuerza que la presencia de Mantis le aportaba, de la parte trasera de la ambulancia que conducía durante su jornada laboral sacó la ropa mojada de Luis y su casco, y colocó nuevamente, más ropa seca y limpia junto a las gasas y los gases-¿A qué esperáis? ¡No os quedéis ahí mirando! ¡Marchando!-Todos salían por la puerta cuando Januman borraba las llamadas realizadas de su móvil. Solo ella lo observaba con una sonrisa extraña.

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  22. - ¿Qué, capullito de alhelí, sigues jugando con ese blog tuyo al club de los poetas muertos? No te hagas el tonto, sabes de que te hablo. Casa de Citas... a quien se le ocurre. ¿A que no tienes huevos de colgar el poema que me dedicaste? Venga, no pongas esa cara, no puedes hacer nada que yo no sepa. Por cierto, me resulta divertido leerte a ti y esas buhardilleras. Pero no temas, no me interesan, ya sabes que a mi lo virtual no me va, que ha mi me gusta la carne, nunca mejor dicho.
    Anda llévame a mi casa, que cierta cita no puede esperar.

    Januman no había respondido con palabra o gesto alguno. Sin embargo la alusión a su bloga le había hecho estremecer. Consiguió disimilarlo con el zumbido del arranque del motor. Y aceleró, no lo pensó, no era una reaccción, era pura emoción convertida en acto: arranco dejando a Mantis plantada, por primera vez estupefacta.

    No tenía rumbo, llevaba un secuestrado en vez de un paciente y todo el Clan le consideraría un traidor que aniquilar. Sin embargo miró el asfalto brillando al sol y dejó que esa culebra se tragara el miedo.

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