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sábado, 15 de agosto de 2009

AMOR DE NUBE 2.0


Cuando decidió vivir en el desierto, sabía a lo que se arriesgaba. Llegó hasta allí por amor al agua, qué mejor lugar para adorarla que la seca soledad de su ausencia.
Ni siquiera construyó una casa, fue directo al único rastro que encontró de ella: una cueva, profunda, con olor a tierra mojada y el suelo de arcilla. Excavó en sus entrañas un pozo, quitando el barro acumulado con sus propias manos. Cuando afloró por fin el agua, dejó que el fondo se asentara, esperó paciente hasta ver su rostro reflejado en ella y bebió unos sorbos como si fueran besos. A partir de aquel día comenzó a aceptar el desierto, aprendió de las piedras, de la arena y de los cactus la eximia belleza del silencio en que se exprimen las últimas gotas de la vida. Comprendió su soledad y la aceptó.

Cometía un grave error: se había olvidado de las nubes. Una mañana, una nube azul apareció en la aurora, detrás de las montañas. La vio crecer al acercarse, variar de forma acariciada por el viento hasta pasar frente a sus ojos. Soñó con que lloviera, pero la nube pertenecía a otras tierras que reclamaban su humedad, y se alejó, volviéndose nostalgia y humo.

El tiempo cambió, y la nube se hizo costumbre mañana a mañana. Él se consagró a contemplarla, comenzó a madrugar para no perdérsela, a estrenar los ojos cada día para ella. Sentado en una duna, aprendía sus formas, el matiz de sus colores, su danza con el viento, su sombra navegando por la arena. Cuando ya se hacía a la idea de que su anhelo no era más que una quimera, le cayó en el hombro una gota de lluvia, pequeña pero perfecta, un lunar de cristal brillando para él. Comprendió que quizás fuera posible que lloviera en el desierto. No hubo más gotas, pero leyó en esa lágrima de nube una promesa y aceptó esperar todo el tiempo que exigiese un deseo como aquel.

La siguió viendo pasar, comenzó a aparecer algunas tardes haciéndose más densa, y una noche sin luna se puso a tirarle besos. Eran gotas grandes, de esas que resbalan por el cuerpo. Cerró los ojos y bebió las pocas que cayeron en sus labios. Nada más, la nube debía seguir su camino. Desde entonces, el agua de pozo empezó a dejarle un regusto salobre. La sed ya era otra, deseaba empaparse, mirar al cielo y abrir la boca para saciarse de lluvia, pero el tiempo cambió de nuevo, ahora la nube sólo pasaba de cuando en cuando. Eso sí, cada vez que lo hacía, llovía más, pero nunca hasta el punto de bañarle, ni siquiera lo suficiente para dejarle un charco, porque la soledad de su desierto la absorbía al instante, y el viento siempre aparecía para llevársela, devolverla a su camino e impedir aquel amago de diluvio.

Los días sin nube comenzaron a volverse interminables. El desierto, quizás celoso, se volvió aún mas seco. Él resistía refugiándose en su pozo, convirtiendo aquella humedad en recuerdos de la nube, pero cada vez encontraba menos agua. Tuvo que seguir excavando en sus entrañas para poder beber, para poder seguir esperándola. La sed le abrasaba. Las escasas ocasiones que la nube le otorgaba algún breve chubasco, se desnudaba por completo para volverse una raíz, absorber cada molécula y florecer de nuevo, pero cada vez tenía más sed y la humedad duraba menos.

Aquella noche subió a la duna. Había luna llena y el cielo se fundía con el desierto. Aquel silencio susurró el temor: ¿cuánto agua quedaría en el pozo, qué pasaría cuando encontrase una roca, cuánto duraría la humedad de sus recuerdos, cuánto se puede vivir sin agua suficiente?

No obtuvo respuestas. El silencio agazapado del desierto. Una noche sin nubes. Hasta las estrellas se mantenían al margen, eclipsadas por la luna. Se miró en ella como en un espejo y se reconoció en uno de sus cráteres: un pozo de sombra en medio de la luz. Se durmió en esa claridad y despertó con la certeza de que solo podría seguir esperando, que tenía que aprender que la sombra es la luz oscura, la espalda de la luz.

Su fe duró muy poco. Pasaban días sin que la nube surcara el cielo, y cuando lo hacía, apenas daba tiempo a rozarse con los ojos. El viento había arreciado, la raptaba hacia los valles, y ella no mostraba signos de posibles lluvias. Comenzó a desesperarse. Su único afán era pasar el día oteando el horizonte, pero el sol lo resecaba sin piedad como una pasa, por lo que al rato debía refugiarse en su caverna y beberse unos recuerdos cada vez más fangosos.

Una mañana, cuando el sol todavía era el ojo tibio de la aurora, se sintió sereno y dibujó una silueta de nube en la arena. Cerca y lejos a la vez, su mano excavó un pozo para situarse a sí mismo en aquel mapa fugaz. Se sintió por encima del deseo, un ángel curioseando en la pasión del hombre, y escribió versos en la arena, versos plenos de belleza, de pura y trágica belleza. Supo cuando y como habrían de leerse, y lo que ello suponía para él. Lo aceptó, asumió que más alla del afán de poseer, existe algo digno de llamarse amor, un sentimiento que transciende la materia aunque se nutra de ella, el éxtasis de darse sin esperar nada a cambio.

Como siempre, la lucidez dio paso a la razón, y ésta vomitó sus dudas. Instinto de supervivencia, lo fácil al alcance de la mano, su carne rebelada ante su alma; la misma que ardía de deseo por la lluvia, se negaba a sucumbir ante la sed. Recordó las caravanas, pasaban apenas a unos días de allí con odres repletos de agua, compartiendo las duras travesías y los descansos en oasis frescos. Siempre habría un hueco en una de ellas para él, para un zahorí, el que sabe donde se oculta el agua en el desierto. Se escindió en dos: deseo y realidad, anhelo y sentido común.

Volvió a subir a la duna a la siguiente luna llena. No necesitaba formular preguntas, las respuestas eran su consulta, pero esa noche la luna calló y él tampoco consiguió dormirse. Retornó a la cueva cabizbajo y se puso a calcular cuánto tiempo le quedaba para optar. Decantó su soledad para preguntarse qué límites tiene el amor y quién los traza.

CONTINUARÁ

Januman

Banda sonora: Extraña forma de vida, por Dulce Pontes.

Fue voluntad de Dios
que viva en esta ansiedad
que todos los lamentos sean míos
que sea mía toda la nostalgia.
Qué extraña forma de vida
tiene mi corazón
vive de vida perdida
quién le daría ese don
Corazón independiente
corazón que no controlo
vives perdido entre todos
tercamente sangrando
Corazón independiente
Yo no te acompaño más
para, deja de latir
Si no sabes adónde vas
por qué insistes en correr

8 comentarios:

  1. Mr. Januman... sencillamente precioso y puro. La canción le va perfecta. Un gran beso desde la nostalgia, para no variar.

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  2. Que....bonito...me ha emocionado. Que acertado, de verdad aunque no guste, esa nube....sufre, le cuesta, piensa,no quiere hacer daño...pero no descuida, seguro. Sigue...inquieto. Que sensible.

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  3. Y al fin lo leo....
    Parece mentira lo que es tener "tiempo"...
    Ha sido precioso, emocionante, inquietante a veces, confieso que anhelé el agua con la verguenza del instinto posesivo.

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  4. Precioso, puro, bonito, emocionado... qué mas puedo pedir...

    Quizás a Luís le apetezca seguir mostrando la cvisión de la nube. La nube sufre.. quizás al hombre le bastaría con una lágrima suya para calmar su sed.

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  5. Quizás algunas historias necesiten cierto reposo para poder seguir avanzando....

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  6. Podría ser, pero no van por ahí los tiros. Es más cuestión luz y sombra....

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  7. Increible espero que llegue pronto la luz,
    tengo sed.

    Tngo 16 años un saludo desde mallorca.

    te dejo mi correo me gustaría hablar.
    emas_2h@hotmail.com

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